“La Teología del Cuerpo es el título que el Papa Juan Pablo II le dio a las 129 catequesis sobre el amor, la sexualidad y el matrimonio que impartió entre septiembre de 1979 y noviembre de 1984”. (I)
Las catequesis están divididas en 6 partes. Las tres primeras conforman una trilogía sobre la sexualidad en tres momentos del hombre: en la creación, en la historia de la humanidad y en la resurrección.
En los tres momentos, el punto de partida de San Juan Pablo II son palabras del propio Jesús, contenidas en los Evangelios. Las tres últimas partes de las catequesis nos presentan cómo entender y vivir la vida consagrada, el matrimonio y la fecundidad.
1) La unidad originaria del hombre y la mujer
Para hablar del valor de la sexualidad debemos hablar primero del valor del hombre. Empecemos pues escuchando a Jesús para de su mano ir transitando el camino. En los Evangelios de San Mateo y de San Marcos aparece una conversación con los fariseos en la que ellos le preguntaban a Jesús por la indisolubilidad del matrimonio. Veamos el pasaje: «Se le acercaron unos fariseos con propósito de tentarle, y le preguntaron: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa? El respondió: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Y dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre. Ellos le replicaron: Entonces ¿cómo es que Moisés ordenó dar libelo de divorcio al repudiar? Díjole El: Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19, 3
Para dar una respuesta más exhaustiva a nuestras preguntas, sobre el matrimonio -o más exactamente: sobre el significado del cuerpo-, no podemos detenernos solamente en lo que Cristo respondió a los fariseos, haciendo referencia al «principio» (Mt 19, 3 ss.: Mc 10, 2 ss.). También tomaremos en consideración otras dos enunciaciones: la primera, la del sermón de la montaña, a propósito de las posibilidades del corazón humano respecto a la concupiscencia del cuerpo, «Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28), y la segunda, aquella en que Jesús se refiere a la resurrección futura (Mt 22, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-36) la cual se analizará en la parte III.
Junto a los otros dos importantes coloquios, esto es: aquel en el que Cristo hace referencia al «principio» (Mt 19, 3-9, Mc 10, 2-12) y el otro en el que apela a la intimidad del hombre (al «corazón»), señalando al deseo y a la concupiscencia de la carne como fuente del pecado ( Mt 5, 27-32), el coloquio que ahora someteremos a análisis, constituye, diría, el tercer miembro del tríptico de las enunciaciones de Cristo mismo: tríptico de palabras esenciales y constitutivas para la teología del cuerpo. En este coloquio Jesús alude a la resurrección, descubriendo así una dimensión completamente nueva del misterio del hombre. Las palabras del Evangelio, en las que Cristo hace referencia a la resurrección tienen una importancia fundamental para entender el matrimonio en el sentido cristiano y también «la renuncia» a la vida conyugal «por el reino de los cielos».
«El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor» (1Cor 7,32)
32) El anticipo de la vida del mundo futuro
Comenzamos hoy a reflexionar sobre la virginidad o celibato «por el reino de los cielos». La constatación: «Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio» (Mc 12, 25) indica que hay una condición de vida, sin matrimonio, en la que el ser humano halla a un tiempo la plenitud de la donación personal y de la comunión de las personas, gracias a la glorificación de todo su ser en la unión perenne con Dios.
«Este es un gran misterio, y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,32)
36) El amor nupcial de Dios
Iniciamos hoy el tema del matrimonio, leyendo las palabras de San Pablo a los Efesios «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a si gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. ‘Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne’. Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie a su marido» (Ef 5, 22-33).
Dijo Eva: «He conseguido un hombre con la ayuda del Señor» (Gén 4,1)
55) La ley natural y la razón
«La Iglesia… enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida…» (Humanæ vitæ, 11). «Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (Humanæ vitæ 12). Las consideraciones que voy a hacer se referirán especialmente al pasaje de la Encíclica «Humanæ vitæ», que trata de los «dos significados del acto conyugal» y de su «inseparable conexión».