Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará (12-06-2022)

Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará (Jn 16, 12-15)

En  aquél tiempo, dijo a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.”

Reflexión

Me gustan las narraciones de los evangelistas que comienzan con “en aquél tiempo”, últimamente me pasa que parece como cuando lo abuelos con el “Érase una vez” al iniciar un cuento a los nietos y en el que a final aparecerá un desenlace con una sabia enseñanza con la que traen al presente de los niños ávidos de ilusión y vivencias una disposición a imitarla.
Aquí la diferencia estriba en que esta narración evangélica se hace presente por la lectura de la Palabra de Dios, que se actualiza y vuela tras la predicación y nada menos que por obra del Espíritu Santo.
Si estamos tibios y fríos nos suena repetitivo, aburrido e incluso nos gusta adelantarnos y adivinar el final de la citada predicación, llega poco o nada ese Espíritu de Dios transmitido en la narración del Evangelio, en este caso explicaciones del Hijo de Dios precisamente aclarando a unos hombres bastante rudos y analfabetos nada menos que el misterio de la Trinidad. Se hace prácticamente imposible pensar que pudieran captar algo; igual nos pasa a nosotros con los misterios hoy, a pesar de todo ese bagaje de aprendizaje, evolución, investigaciones y avances en todos los sectores y recovecos del saber. Los misterios siguen siendo misterios en nuestra religión católica.
Si nos hacemos como niños y nos queda ese anhelo de aprender y esperar la sorpresa, con seguridad que a cada cual nos inundará y a cada uno según su necesidad y medida, como en las curaciones y milagros de Jesús.
Les dice Jesús, pienso que para estimularlos que “le quedan muchas cosas por contarles”; pero sabe de sus limitaciones, “no podéis cargar con todas ellas ahora”.
Les habla del amor que se profesan el Padre y el Hijo: “todo lo que tiene el Padre es mío” y que el Espíritu no hablará por su cuenta y riesgo sino de que  “hablará de lo que oyes y os lo comunicará”.
No hay secretos entre estas  tres personas, todo se lo transmiten lo comparten y nos lo hacen conocer a través del Espíritu que hace fecundar la Palabra  entre nosotros: “Y recibirá de los mío y os lo anunciará. Me glorificará y os llevará la verdad plena”
Es un misterio inalcanzable a mis y nuestras cortas entendederas, pero sí entiendo y entendemos todos desde el sabio e inteligente hasta el menos dotados en este don particular: EL lenguaje del amor.
Quizás en este misterio de la Trinidad radique todo el mensaje de amor que Cristo vino a traernos y que más nos cala por su condición también de hombre: el de “amaros los unos a los otros como yo os he amado” y este otro  “como el Padre me amó yo os he amado” y tantos que podemos recordar. Ese lazo de amor que al Espíritu une con el Padre y el Hijo será el que a nosotros nos recuerde y evoque aquí en la tierra y a su Iglesia primordialmente, la santidad a la que nos invita día a día con su Palabra y sacramentos por medio de nuestro pastores entregados a esta noble y difícil tarea y se nos esparce especialmente su unción.
La promesa de llevarnos a la verdad plena no es el final de la narración, es lo que espero por fe, el fin último al que nos conduce el Espíritu tras nuestra misión en la vida.
No quiero olvidar a la mujer entre las mujeres, bendecida y escogida desde el inicio de su existencia, para ser fecundada por el Espíritu Santo de Dios para ser la madre del Redentor de la humanidad; no cabe mayor privilegio; pidamos que interceda por nosotros ella la más dócil al Espíritu, y humilde por su recatada presencia en la vida de su hijo. Puede que Dios nos conceda la dicha de conocer más de Ella, pero será ella precisamente la que nos ayudará a ser fieles a su Hijo Salvador.

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