“Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (30-05-2021)

“Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 16-20)

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Reflexión

Este domingo nuestra Iglesia celebra la festividad de la Santísima Trinidad. La liturgia nos ofrece este último capítulo de San Mateo, donde el evangelista nos cuenta cómo Jesús habla a sus discípulos de la misión universal. La Palabra nos cuenta como los once discípulos fueron a la montaña en Galilea, tal y como Jesús les había dicho en algunas de las apariciones posteriores a su Resurrección. Esta es la primera vez que los discípulos van al encuentro del maestro en la montaña, seguramente en el mismo lugar de la Transfiguración del Señor.

Cuenta que los apóstoles adoran a Jesús al verlo, aunque algunos de ellos dudan. Es comprensible que algunos estuvieran desorientados. Llegan a este encuentro después de haberlo acompañado en su vida pública, con momentos de dificultad y dolor durante su Pasión y Muerte, pero también con la alegría de su Resurrección. Todo lo que Jesús les contaba, lo que aprendieron de sus enseñanzas e incluso lo que no habían entendido hasta ahora, empieza a tener sentido.

Jesús se acerca a ellos y les comunica de forma sencilla una triple misión: Hacer discípulos de Cristo por todo el mundo, bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñarles a vivir de la forma que Él mismo les enseñó.

“Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” nos decía San marcos hace unos días. No puede ser de otra manera, está sentado a la derecha del Padre y desde allí cuida de nosotros. La Palabra de hoy me descubre en toda su plenitud cómo Jesús ha recibido todo el poder en el cielo y la tierra. Un poder caracterizado por el servicio, la donación gratuita de su amor y la cercanía a todos los seres humanos, ¡si, a todos!. Además de hacerse presente y cercano a todo su pueblo para siempre. El Dios que permanece. Qué grande es, para nosotros los cristianos, el misterio de la Santísima Trinidad ¿verdad? Difícil de entender para muchos, pero que tus apóstoles comprendieron gracias a experimentar que Jesús es nuestro salvador, que fue enviado por el propio Padre y que la acción del Espíritu Santo inundó sus corazones en Pentecostés. Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad y el mismo poder. Un solo Dios, que contiene la esencia de cada una de las tres personas en una.

Y es desde ese poder desde donde se nos invita a todos, al igual que a los apóstoles, a cumplir el mandato de Jesús: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. Nuestro compromiso de pastores es ayudar a que arda en el corazón de nuestros hermanos el deseo de descubrir a Jesús. Es verdad que muchos podemos sentirnos un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar todo, la familia, los amigos, tu trabajo… Pero esto no es así, cada vez tengo más claro que tú tienes tus propios planes para mí y para muchos de nosotros. Por eso es tan importante sentir cerca tu llamada Jesús, que me pongas en el lugar que tú me quieres poner. Háblame en el recogimiento de tu oración, donde tu voz suena más fuerte.

Ayúdanos a todos a descubrir esa llamada a ser discípulos tuyos a través de la oración y la Palabra. Como dice el papa Francisco, ayudemos a todos, sobre todos a los jóvenes, a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos.

Allí donde tu sabes que te necesitan, donde existe dolor, donde está el oprimido, donde hay oscuridad. Es donde hay que regar con tu amor, tu amor infinito de Padre que no abandona nunca a sus hijos. Es donde descubrimos que el alma de nuestros hermanos necesita una gran revolución que no se levanta en armas, ni se libra con gritos, ni con cañones, solo con AMOR.

Ahora sí que cobra sentido el mandato misionero. Es así como descubro y experimento que Dios me ama con un amor incondicional que no va a cambiar por nada. Es cuando siento la necesidad de compartir esa alegría con la gente que me rodea, y así entonces “hacer discípulos”. Tiene que ver con sentirnos anunciadores de la Buena Noticia a todo ser que respire, como cantamos en la Eucaristía. Contagiar el Espíritu de Jesús. Y entender de una vez por todas que el sentido de nuestra vida y la voluntad de Dios, es que seamos cada día más libres para poder amar en todo momento y servir.

Descubrir ese amor infinito, que desde el principio Dios nos ama y nos ha creado a su imagen y semejanza como se nos explica en el Génesis, ha sido la gran noticia en mi caminar hacía Jesús. Solo entendiendo esto, tendremos la fuerza necesaria para hacer realidad, como dice la canción, de convertirnos en esos hombres nuevos que con sus vidas van a demostrar que tu reino puede ser verdad, y comenzar la tarea de hacer de todo el mundo la “Nueva Humanidad”.

ORACIÓN

Dios mío, Padre mío, gracias por quedarte siempre conmigo, por estar ahí todos los días de mi vida. Perdona mi frialdad, mi falta de compromiso, mi falta de correspondencia a tanto amor que me regalas cada día. Ayúdanos Jesús, a descubrir la mejor manera de cumplir tu mandato de evangelización con convicción. AMEN.

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