Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo (23-05-2021)

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo. (Jn 20, 19-23)

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo.
 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

REFLEXIÓN

Hoy es domingo de Pentecostés y tu Evangelio nos trae de nuevo la alegría de esta fiesta. La más importante para nosotros los católicos después de Pascua y Navidad. Celebramos tu nacimiento, anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús…y hoy, nos soplas tu Espíritu.

¡Qué grande eres, Señor! ¡Cuánto me asombras! Leer tu Palabra y meditarla es como desenvolver un regalo diferente cada día, justo el regalo que necesitamos. Cuánto me dices en estos versículos; son solo cinco, pero me dejas con ellos un bello testamento. Era de noche y entraste Tú, Jesús, cuando tus discípulos estaban reunidos y sentían un miedo atroz; así lo haces conmigo, llegas en mi noche, en mis oscuridades, cuando tengo el corazón cerrado por mis miedos e inseguridades. Y entras, Tú te pones en medio, en el centro, y me das paz. No una paz de ausencia de problemas o sufrimientos, no; Tú me traes tu paz, la paz interior, esa paz de sentir que soy tuya, esa que me hace vivir plenamente, a pesar de mi dolor, de mis penas…de mis cruces. S. Agustín lo dice de esta hermosa manera: Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuvieran en ti, no
serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y disipaste mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti. Te degusté, y siento hambre y sed. Me tocaste, y abráseme por obtener tu paz Señor, Tú sufriste antes que yo, y muchísimo más, y lo hiciste por mí, porque me amas; las llagas de tus manos y costado que mostraste a tus discípulos, me lo recuerdan y, al verlas, no siento pena, siento alegría; una alegría desbordante, y me dan ganas de reír, y de gritar y de compartir mi dicha por la prueba de amor tan inmensa que esas llagas significan.

Así lo repito en cada Eucaristía: proclamamos tu Resurrección. Y, de nuevo, siento paz, Tú me das paz. Y como siempre eres más, sorprendes de nuevo, no te cansas de amarnos. Así dice la canción, tu amor es infinito, pues Tú me haces otro regalo, a mí y a todos los que decimos SÍ cada día, no nos dejaste huérfanos, aunque el mundo, demasiadas veces, ni lo ve, ni lo conoce, como nos dice S. Juan: ese maravilloso regalo es el Espíritu Santo, el Paráclito, abogado, defensor, restaurador, … y ya, no tengo miedo, con Él me siento capaz de seguirte donde quieras, de ir donde me envíes, de hacer la Voluntad del Padre, porque con Él todo es más brillante, todo se
ve con una nueva luz, la Luz de tu Santo Espíritu. Ese fuego abrasador que me inunda. Fuego que debemos alimentar para dar testimonio de Él en el mundo, como dice el cardenal Sarah en su libro La fuerza del silencio.

Lo haces todo perfecto Señor, y como conoces nuestra debilidad y sabes que somos pecadores, no sólo nos dejas al Espíritu Santo, nos das hombres llenos de ti, que se han entregado a ti y que nos pastorean en este Camino, nuestro camino de santidad y, que, en tu
Santo Nombre, nos perdonan nuestros pecados, esos que ya quedaron clavados en tu Cruz. Padres que amorosamente nos dan las armas para luchar contra nuestro adversario, el diablo, que como león rugiente anda buscando a quién devorar. ¡Qué grande eres Señor! ¡Qué perfección! ¡Cuánta misericordia tienes con nosotros, pequeñas criaturas de barro! Solo cinco versículos, Señor, y qué excelso testimonio de Amor por mí, por todos. Gracias por encajarme en tu Plan de salvación, como una pequeña piececita de puzzle. Gracias por permitirme ser sarmiento y un miembro más de tu Cuerpo místico.

ORACIÓN

A ti mi oración de alabanza, porque eres Dios, mi Dios, mi Dueño y Señor, Tú, Altísima
Majestad, Rey de reyes, precioso Jesús, Divina Pureza, Belleza Increada, Gracia Infinita,
Misericordia, Esperanza, Sinfonía Perfecta, mi Maestro, mi Pastor, mi Alfarero y mi Jardinero.
Verbo Encarnado, Plenitud, Alfa, Omega, el Todo. Sal y Luz. Camino, Verdad y Vida
Mi Amado, mi Amante.
Yo te alabo y te bendigo, y te doy gracias. Señor, te amo

Posts Relacionados