1990, Sevilla
Licenciado en Derecho
Tercer curso en el Seminario
José Manuel Moreno ,(Sevilla, 1990), seminarista del tercer curso del Seminario Metropolitano de Sevilla, perteneciente a la Parroquia San Juan Pablo II, narra su testimonio de fe y conversión, acompañado por el sacerdote Adrián Ríos.
A continuación reproducimos la entrevista publicada en Archisevilla Siempre Adelante.
La vocación sacerdotal de este joven sevillano surgió prácticamente a la vez que su conversión a la fe. Reconoce que de niño fue educado en el catolicismo, especialmente “a través de la labor catequética de mi padre en torno a la Semana Santa de Sevilla y a las fiestas de Santiago de mi pueblo, Aznalcázar”, a lo que se añaden “las pequeñas semillitas que recibí en el colegio Santo Ángel de la Guarda”. Si bien, durante la adolescencia y la Universidad se alejó de la fe y de la práctica religiosa. Tras aprobar unas oposiciones y “cumplir el que creía que era el sueño de mi vida”, cuando empezó a trabajar en un Ayuntamiento “me chocó mucho el cogollo de la política municipal. Me hizo descubrir que en mí había una serie de valores cristianos que no podía dejar pisotear tan fácilmente. A ello se le añade una vivencia intensa (por cómo yo la viví) con una chica durante un año, que me hizo reflexionar mucho sobre quién era yo, para qué me había creado Dios”. Todos estos sucesos fueron preparando su camino al encuentro con Jesucristo, “después de una infinita paciencia por parte del Señor”.
Su llamada a la vocación sacerdotal tiene lugar concretamente en septiembre de 2020, acompañado por el párroco de San Juan Pablo II, D. Adrián Ríos, en el seno de una comunidad parroquial “muy viva”. Durante el año que se prolongó su discernimiento José Manuel participaba en la Eucaristía diaria, cultivó el hábito de la oración personal, se consagró a la Virgen María por el método de San Luis María Girgnon de Montfort y vivió sus primeros ejercicios espirituales con las Hijas del Amor Misericordioso. Estas experiencias le animaron a participar en los encuentros mensuales de la Pastoral Vocacional en el Seminario: “Me ayudó mucho a que se me cayeran algunos prejuicios de la cabeza. Era un tren que no podía dejar pasar; en un futuro podía arrepentirme, a pesar de los muchos miedos que habitaban en mí”.
Aunque su decisión de ingresar en el Seminario fue “un shock” para su familia, “siempre he sentido un apoyo incondicional y alegre tanto por su parte, como de mis amigos”, asegura.
El día a día de un seminarista
De vivir independiente con un trabajo fijo, José Manuel ha pasado a convivir con una treintena de chicos que, como él, buscan hacer la voluntad de Dios viviendo una vocación muy concreta. Su día a día comienza temprano, con la Eucaristía, tras la cual “dedico cinco horas a la formación académica en la Facultad de Teología”. Por las tardes “aprovecho para salir a correr o jugar al fútbol con otros seminaristas, así como para estudiar y acudir a las formaciones propias del Seminario”. El día finaliza con el rezo de vísperas y la oración personal en la capilla, y un tiempo de esparcimiento con sus compañeros antes de rezar completas.
Los fines de semana realiza salidas de la mano de la Pastoral Vocacional, que prepara dos tipos de actividades principalmente: encuentros de jóvenes con los seminaristas, y la organización de ratos de oración con el Santísimo, “siendo guiada por los seminaristas, especialmente a través de algún Evangelio vocacional”. Además, “hacemos acto de presencia en las misas que se celebren en la parroquia el fin de semana que vamos, donde contamos nuestro testimonio vocacional”.
Un testimonio que puede iluminar a otros y animarlos a dar el paso a decirle sí al Señor, pese a una sociedad que invita a lo contrario. Para ser fiel a esta llamada, José Manuel recomienda “la oración diaria y personal, el acompañamiento de alguien con más experiencia de fe, la perseverancia en los sacramentos de la Eucaristía y el Perdón y la comunidad, es decir, vivir todo esto con otros chicos que buscan lo mismo que tú. Y desde ahí, caminar, caminar y caminar, sin cansarse, con alegría y sin dejar de mirar a Jesús Resucitado”.