Vete primero a reconciliarte con tu hermano (26-02-2021)

Vete primero a reconciliarte con tu hermano (Mt 5, 20-26)

Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «necio», merece la condena de la gehenna del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 REFLEXIÓN 

Señor, me hablas alto y claro. Me dices que yo no soy mejor que esos hermanos a los que tacho de rigurosos, de los que pienso que no te conocen tan bien como te conozco yo, que no siguen al mismo Jesucristo que sigo yo. Todo soberbia y vanidad.

Me avisas, una vez más, de mi ceguera, me haces ver la viga de mi ojo; con amor me corriges y me alientas, me dices: ¡Ve! ¡Ama!, pero ama como yo. Me recuerdas, como llevas haciendo estas últimas semanas, que de nada sirven mis ayunos, mis pequeños sacrificios, mis rezos, mi vida contigo, en fin, si no están mis hermanos en esa vida, si no amo y respeto al que está a mi lado, al que vive conmigo. El quinto mandamiento va más allá de no ofender o insultar, me haces ver con esta lectura que el frío silencio y la indiferencia para con mis hermanos son pecados que te hieren, y me apartan de ti; ese es el peor castigo, ese es el fuego eterno del que me quieres librar y liberar, no estar contigo; y lo haces porque soy tu hija amada, tu predilecta… Y mis hermanos también lo son.

Que exigente parece aquí el Señor al pedirnos una meta tan alta en el trato con nuestros hermanos. Una cosa es no matar, eso lo tenemos bastante claro, pero otra muy distinta es no insultar, no menospreciar, no criticar y un largo etc. de pequeñas cosas con las que se nos dispara la lengua cada día. Eso exige mucho, sobre todo si le damos la vuelta y lo vemos desde el otro lado, desde el amor. Si no insulto es q ensalzo, si no menosprecio, es que trato con cariño, si no critico es q valoro las cualidades y me alegro por ellas. Sí, que exigente es el Señor, que nos pide que amemos a nuestros hermanos incluso antes de llevar nuestra ofrenda ante su Altar. ¿Cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestro hermano al que vemos? Parece que aquí Jesús nos enseñara ya lo que con tanta delicadeza nos enseñara el Jueves Santo… El, antes de poner su ofrenda en el altar, su Cuerpo en la Cruz, nos amó hasta el extremo, y se abajo hasta lavarnos los pies. Nos dejó su ejemplo, mandándonos que lo imitásemos. Si queremos ofrecernos con Jesús al llegar la Semana Santa, si queremos presentar nuestra ofrenda unida a la Suya, hagamos primero lo que hizo El, amemos hasta ese punto a cada hermano, así ya no obraremos por miedo al castigo, sino movidos solo por el Amor (con mayúsculas) que llena nuestra vida.

ORACIÓN

¡Señor! Te pido que me enseñes a amar a mis hermanos. No a los buenos, a los que me quieren bien, sino a todos, especialmente a aquellos que se portaron mal conmigo, a los que no les gusto, a los que no piensan como yo, a los que no me atrae quererlos por el motivo que sea. Si al ir hacia Ti compruebo que mi corazón está lleno de rencor, de faltas de misericordia y de amor hacia ellos, dame Tu la fuerza para reconciliarme primero, para pedir perdón y darles el mío, y luego volveré a Ti, con el corazón lleno de paz, por haber hecho vida lo que Tu nos has enseñado: Amaos unos a otros como Yo os he amado. Quiero amar como Tu, Jesús, y eso solo me lo puedes regalar Tú.

Señor, Tú eres mi Maestro, y quiero aprender de ti, dejarme moldear por ti, con ayuda del Espíritu Santo. Me presento ante ti, desnuda y desvalida, te ofrezco mis pecados, quieres obras y no sacrificios, ¡Ayúdame!; sé que deseas limpiar este sepulcro encalado que soy yo, ¡Ayúdame!; dame fuerzas para derribar todos los muros que aún me separan de mis hermanos, ¡Ayúdame! Yo soy incapaz de hacerlo sola, mi nada clama a ti, que eres el Todo, ¡Ayúdame! No permitas que haga juicios de valor, ¡Ayúdame!

Gracias, Dios Uno y Trino por hablarme, por corregirme, por mostrarme la miseria que hay en mí, mi debilidad y ¡ayúdame a dejar que solo Tú seas mi fuerza! Me rindo a Ti

¡Sáname!

 

 

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