El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (06-03-2022)

El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (Lc 4, 1-13)

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Reflexión

El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma. ¡Todos estamos enterados! Unos, por haber participado ese día en la ceremonia de la imposición de la ceniza; otros, por el ruido de los carnavales. En todo caso no hay que ser excesivamente críticos con este carnaval de tres días; más preocupante es el de los restantes días del año.

Iniciamos la Cuaresma; y lo hemos hecho con una ceremonia que invitaba a la reflexión y a la decisión: la imposición de la ceniza, acompañada de unas palabras de  Jesús: “Arrepiéntete y creed en el Evangelio”.           

Conversión, una palabra muy usada, pero una realidad quizá todavía por estrenar y, en todo caso, aún no concluida. Una palabra a la que ya nos hemos acostumbrado, pero que, sin embargo, es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y que, también, hay que rescatar de un uso rutinario y ritualista. Un tiempo que hemos de vivir a la luz de la palabra de Dios, una palabra íntima y de intimidad.

Las lecturas bíblicas de este domingo nos hablan de la fe en un Dios cercano al hombre, un Dios “convertido” en acompañante permanente de su historia, presente en todos sus avatares. Una fe que es confesión agradecida de la experiencia de Dios en la propia historia (primera lectura), porque el Credo no puede reducirse a un enunciado teórico. En toda profesión de fe hemos de reconocernos personalmente implicados. Todo “credo” debe tener su “historia” personal.

La verdadera fe, además, debe llevarnos, como nos recuerda san Pablo (2ª lectura), a la coherencia, a sintonizar los labios y el corazón, honrar a Dios en todo momento

Y, finalmente, toda fe verdadera necesita pasar por la prueba, verdadero control de calidad. También la fe de Jesús fue probada (Evangelio).

Como el primer hombre, y como todo hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. ¡Y a qué tentaciones! La del materialismo (1ª), la del poder (2ª) y la de la religión (3ª), que pretende convertir a Dios en paracaídas al servicio de la propia vanidad. Y no fueron estas las únicas: “El demonio se marchó hasta otra ocasión”.  Jesús fue tentado hasta el final de su vida, hasta la cruz.

La primera tentación podríamos llamar la tentación del consumo: Di que estas piedras se conviertan en pan. Es decir, si quieres, puedes dar de comer a todos los hombres. Sufren, tienen hambre, no tienen trabajo – puedes asegurarles el bienestar material que desean. Puedes hacer milagros, el milagro económico.

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Pero Jesús no nos pide que nos desinteresemos de los bienes temporales. En el Padre Nuestro nos hace pedir: Danos hoy nuestro pan de cada día. Hay que luchar por el pan de cada día. Hay que luchar por nosotros y por todos los hombres.

La segunda tentación de Jesús es la tentación del poder, la tentación de utilizar la fuerza de su Padre en provecho personal. Pero Él la rechaza: No tentaréis al Señor, tu Dios. Es decir: no le exigirás a Dios que se ponga a tu servicio. Tú eres quien ha de servirle. La fuerza de Jesús consiste en ponerse plenamente a disposición de su Padre, para servir a los hermanos.

La tercera tentación es la tentación de la idolatría. Tal vez pensemos: esta vez no me toca, son los paganos los que adoran a los ídolos.

Pero también en nuestro mundo de hoy hay montones de ídolos levantados: Desde el gran ídolo del dinero que adoramos todos más o menos, aunque luchemos por derribarlo de su pedestal. Hasta la multitud de ídolos ante los cuales nos prosternamos diariamente: el paquete de cigarrillos, o la buena comida, o el televisor, o la moda, o nuestro cuerpo, o también nuestras ideas o proyectos.

Todos esos dioses de recambio hacen que poco a poco, y quizás sin darnos cuenta, vivamos inclinados o postrados – incapaces de levantarnos, de vivir de pie, de poder prosternarnos libremente ante el único Dios.

Pero Jesús no solo venció la tentación sino que la iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no sólo a vencer sino a cómo vencer. Vencer la tentación no es solo no consentir, decir no, sino iluminar esa situación tentadora, desenmascarar su ambigüedad y su mentira, pues toda tentación se presenta como salvadora y portadora de felicidad. No hay que huir, sino hacer frente; huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado a afrontar la tentación desde la oración “No nos dejes caer en tentación” desde los criterios de la palabra de Dios y desde la decisión responsable.

La Cuaresma no debe ser el tiempo del NO, sino del SÍ. Tiempo para decir SÍ al Señor, SÍ a su palabra, SÍ a su amor, SÍ a su voluntad. Debe ser un tiempo constructivo, dejándonos construir, modelar y reconciliar por Dios. Así será el tiempo favorable, el tiempo de salvación del que nos habla san Pablo.

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