En la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el párroco de San Juan Pablo II, d. Adrián Ríos, bendijo al término de la Eucaristía, el Columbario Parroquial, un lugar señalado en el cual reposarán las cenizas de nuestros hermanos hasta que resplandezca el día del retorno glorioso del Señor. Así, se pone a disposición de todo aquel que lo demande un lugar destinado a depositar las cenizas de sus seres queridos.
El Columbario está ubicado detrás del ábside del templo; con una superficie de 60 metros cuadrados en su primera fase, el espacio dispone de un techo abovedado y un pequeño altar presidido por el Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Esta primera fase tiene capacidad de 242 lóculis para albergar dos urnas funerarias cada uno, cuyas medidas no excederán los 14 centímetros de ancho por 17 centímetros de alto, además de un depósito comunitario de cenizas. La dirección del Columbario Parroquial ofrece la posibilidad de albergar a perpetuidad los restos cremados en un cenizario común situado en el Columbario bajo la imagen de la Divina Misericordia, obra pictórica de Cristina Martínez Zaldívar, feligresa de nuestra Parroquia.
Asimismo, de manera semejante como la Parroquia es durante la vida terrena de los fieles el espacio por excelencia para la celebración de la fe, también a ella compete en primer lugar custodiar el depósito de las cenizas sus miembros difuntos, significando de esta forma más claramente su pertenencia a la comunidad eclesial.
En las instalaciones del columbario se pueden apreciar los cuadros de las Postrimerías de Valdés Leal, una copia fotográfica de los que están en el sotocoro de la iglesia de la Caridad de Sevilla.
Duración de los Títulos de Depósito
Los Títulos de Depósito de Cenizas tendrán una duración máxima de 25 años, que pueden ser prorrogables. En todo caso, la dirección del Columbario Parroquial ofrece la posibilidad de albergar a perpetuidad las cenizas en un depósito común dentro del Columbario parroquial.
Los interesados pueden dirigirse a la Secretaría Parroquial, los martes y jueves de nueve y media a doce de la mañana y los martes, miércoles, jueves y viernes de cinco a siete de la tarde.
Un Dios de vivos
La extensión en nuestros días de la costumbre de la incineración de los difuntos ha conllevado algunas prácticas que no se adecúan al respeto debido a la dignidad del cuerpo humano, como es esparcir las cenizas de los finados en lugares públicos, etc. El lugar apropiado para guardarlas son las urnas en un lugar sagrado, o columbario, donde los familiares y amigos pueden ir a rezar y recordar piadosamente al difunto. Para un cristiano memoria e identidad son inseparables.
Cada persona, su existencia, es un absoluto que reclama un lugar con nombre y fecha propios. Borrar las huellas del prójimo es declararlos, de algún modo, inexistentes, haciendo que terminen por desaparecer de la conciencia. Por ello, conviene que los restos de nuestros seres queridos sean depositados en un lugar propio y sagrado, perviviendo la cercanía con ellos mediante los signos del lugar y el tiempo, y donde sea posible expresar un amor que nace de la gratitud y la esperanza.
La Iglesia, a la luz plenificadora de la Revelación y la experiencia salvífica de Cristo Resucitado, porque “no creemos en un Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,32), pone de manifiesto la atención pastoral a la hora de la muerte su firme esperanza en
la resurrección de la carne y en la vida eterna, derivada de la misma esencia del Dios en el que cree. En esta línea, los columbarios son entendidos como extensión del cementerio cristiano, donde el respeto y la veneración a los que nos han precedido forman parte de la forma de concebir el misterio de la muerte y la resurrección.